lunes, 5 de octubre de 2015

EL JUGADOR Y SU CONTORNO - Enrique Pichon Rivière y Ana P. de Quiroga

El jugador constituye la pieza fundamental del fútbol en su entorno de compañeros y adversarios. Para tener una visión integral de sus funciones y estilo es conveniente abordarlo a través de motivaciones y actitudes, los roles y el status conseguido. Del conjunto de esos elementos surgirá un personaje, con una representación concreta y que además de desempeñar un papel operativo puede llegar a ser idealizado convirtiéndose en un mito o un mago.
La primera pregunta que uno se hace toca el aspecto vocacional, que está originado como toda acción en un interjuego de motivos. En la época actual y como consecuencia del profesionalismo, el jugar se ha transformado en un oficio rentable que se constituye en términos de realidad y alimenta las fantasías inconscientes que condicionan el juego. Tenemos que esclarecer el origen de esta tendencia que es característica del niño y que cumple múltiples funciones, estructurando distintas actitudes que el yo utilizará en el transcurso de su vida. Cualquier perturbación en esta actividad del juego de la infancia acarreará trastornos graves en el aprendizaje. Sus consecuencias serán inhibiciones e inseguridad en el contexto del trabajo adulto.
En una situación concreta —un partido de fútbol, por ejemplo— el sujeto que ha sufrido alteraciones en el nivel del juego infantil se comportará como integrante de un equipo, trasladando allí su inseguridad básica, con trastornos en la percepción en el espacio y el tiempo y con la imposibilidad de asumir adecuadamente el rol designado por la institución. El individuo perturbará al grupo en su totalidad, resultará un saboteador inconsciente de la estrategia general. La situación extrema que puede observarse y que muchas veces precede a un gol en contra, está caracterizada por el hecho de realizar pases justos, pero dirigidos a sus adversarios, como si súbitamente la pertenencia a su club se hubiera convertido en una pertenencia al equipo rival.
El juego no sólo tiene una motivación que busca el placer por la descarga, sino que es un verdadero campo de aprendizaje, un ajuste del sistema de comunicación, un entrenamiento para el cambio y el ámbito ideal para el desarrollo de tres actitudes básicas en todo grupo social: la pertenencia, la cooperación y la pertinencia.
Por medio de la secuencia motivo, motivación, actitud, satisface el jugador impulsos sociales característicos de la cultura a la que pertenece. Uno de ellos es el impulso a la afiliación, una fuerza vocacional potente enraizada en toda personalidad y que había sido negado y postergado hasta principios de este siglo. Otro aspecto importante de la afiliación son los grupos de referencia que desempeñan la función de modelo y control social. El segundo impulso, el adquisitivo, aparece en el jugador con su nueva situación profesional, en la que el dinero desempeña un importante papel. Se deja atrás el período del amateurismo, cuando el impulso adquisitivo apuntaba hacia el poder, fundamentalmente el prestigio. La acumulación de bienes materiales se da sólo en algunos jugadores, el ahorro está lejos de ser la regla entre estos profesionales, que a veces llegan a violar consignas respecto de su cuerpo con un exceso de alcohol y comidas y una vida familiar y sexual caótica.
Otro aspecto que el jugador logra satisfacer por medio de una actuación deportiva exitosa es el afán de poderío. El crack ejerce una especie de liderazgo asegurándose un grupo a su alrededor que muchas veces lo juzga y lo controla, pero antes que nada lo estimula.
En el fútbol vemos cómo se produce la evolución de un operador normal a un operario mágico. El jugador es el mago, capaz de resolver todas las dificultades en la cancha, y capaz también de provocar las máximas frustraciones. Como el nivel de aspiración de cada uno de sus hinchas se proyecta en él, si fracasa, la violencia engendrada por la falla del ídolo se vuelve contra él; no se admite el error sino que se le adjudica una actuación de mala fe.
Cuando un equipo entra a la cancha el espectador ve primero individuos aislados; recién cuando el silbato marca la iniciación del juego, esos individuos se convierten en sucesión de movimientos e interacciones, cruzamientos y entrecruzamientos, que son multiformes pero no caóticos. El observador puede descubrir al equipo porque cada uno de esos once seres aislados se han convertido en un rol, se han ceñido a una tarea para configurar un estilo.


Enrique Pichon Rivière y Ana P. de Quiroga
"Psicología de la vida cotidiana", 

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